martes, 15 de enero de 2013

Colaboración II - Preámbulos

Hemos llegado ya de los besos, tiernos y húmedos, intencionados, adolescentes en la forma, pero adultos en el contenido, nada ingenuos, nada inocentes entre nosotros, y nos lo podemos permitir, un poco canallas, provocativos, rozando la lujuria, lascivos, voluptuosos. Dulces, blandos labios de frutas rojas que elevan mi ansia, ¡no tengáis piedad de mi! Enarbolo tu bandera, amor mio, sólo tuya, y en lo alto tus colores, granas, púrpuras, tu deseo y mi pasión. Y mientras tu boca enardece mi vigor, mis puños retuercen el satén de estas sábanas, ruborizadas por la soltura de tu cuerpo, por la maestría que te proporciona la excitación de la que haces gala. Ahora me toca, mi amor, ahora tu fruta, madura, jugosa, libidinosa pidiendo mis labios sedientos. Sed de ti, de la erección que tímidamente asoma entre tus pequeños, carnosos ya, húmedos labios. Los míos acariciándolos, mi lengua explorándo una embocadura que ya conoce y que desea cada vez más, en la que se recrea con la delectación, con la fruición de tu sexo inflamado. Es ahora, mi vida, cuando le toca a las sábanas sentir las garras de tus manos, apretándolas, sintiendo la fuerza irresistible de tu extrema excitación. Tus jadeos me espolean, tus gemidos me incitan a seguir. Más, un poco más... Son sólo preámbulos. Así los recuerdo. Así te recuerdo, amor mio.

lunes, 14 de enero de 2013

Colaboración

Es a veces que veo que te miras como yo me vi, El Patito Feo de la Ciénaga. Yo, en mi mismidad, en un entorno que me era hostil, que no me comprendía y que no quería comprender, que no me correspondía y al que no quería corresponder. Me encerré en mi egocentrismo ostracista y allí me cultivé. Y aprendí. Y supe. Y me di cuenta, entonces, que la realidad, la única, la unívoca realidad, era la del prisma de mis sentidos. Cuando salí del caparazón, me miré en el espejo y vi la realidad, no era quien había creído ser. Era el Cisne del Jardín. Narciso entre las flores. Y a modo, no sé si de venganza o redención, de recuperar el tiempo perdido o de apurar un presente incierto, cual abeja en primavera, de todas las flores que pude, libé. De nada me arrepiento, porque allí la encontré. Preciosa. Resplandeciente. Única. Recuerdos. El amor existe, doy fe. No sé qué fue primero, su sonrisa, la cadencia de su voz, la mirada que todavía hoy me persigue. Instintivamente supe que la había encontrado. Era ella. Nada tardamos en comprobar que nuestros cuerpos correspondían, se respondían. Su piel; aún tengo en mi retina el mapa de sus lunares, en mis yemas el tacto de sus poros, y su olor, ¡esa piel!, que me envuelve cada vez que la evoco. Desde entonces no perdí nunca ocasión de rozarla, acariciarla, presionarla, con mis manos, con mi boca, con mi lengua, ¡cómo olvidar su sabor! Y me llamaba, con ese lenguaje que sólo los que lo conocen entienden. Nunca supimos qué significaba “hacer el amor” hasta que… Nunca fue sexo. Pasábamos horas entre caricias, susurros, juegos; desnudos, el cuerpo y la mente, compartiéndolo todo. Era así como empezaba. Desconexión, del tiempo, del espacio, del entorno. Bocas que se buscan, labios carnosos que se desean, lenguas, tiernas lenguas, ¡como añoro su lengua! Manos que recorren su cuerpo, manos que recorren el mío, manos que se encuentran y se abrazan. Pechos hinchados que buscan mi torso y encuentran mis dedos, pezones enhiestos que besan mi saliva y sentirla, sentir que se arquea, se dilatan sus poros, se humedece su sexo. Llegar despacio, disfrutar cada instante, cada contacto, ser consciente de todas y cada una de las partes de nuestros cuerpos en contacto, enroscados en una profundidad sensual que nunca habíamos sentido. Juegos de saliva, susurros, mordiscos. Oír su risa excitada, su jadeo, la expresión sonriente de la cara de quien se entrega, sin reserva, a lo absoluto. Y, poco a poco, sentir su calor, su humedad, su dilatada carne abrazando la mía, solícita, anhelante, cargada de deseo. Un punto de inflexión, un torrente emocional que golpeaba con violencia mi cerebro, sé que el suyo. Y gozar de ese contacto íntimo, cálido y volver a los juegos, a las miradas cómplices de los que comparten algo más que sus fluidos y sus pasiones, inflamados, en lo físico, en lo emocional. Dilatábamos en el tiempo estas uniones y dejábamos hablar a nuestros cuerpos con mucha suavidad, sensualidad, hasta que la excitación nos pedía fuerza, vehemencia, rigor, nada decíamos nosotros, nada cedían nuestros impulsos. Henchidos de pasión, con dientes, con garras, salvajes, revolcados, mojados, hirviendo en nuestro interior. Violentos. Creciendo, creciendo, creciendo hasta la explosión convulsa, juntos, siempre juntos en el éxtasis, en cada encuentro. Cada orgasmo, intenso, dilatado, superaba el anterior, insuperable hasta el siguiente. Jamás los había sentido así, jamás volveré a sentirlos.
Y se fue. Y la seguí. “Hasta aquí, amor mío, uno de los dos tiene que quedarse para dar fe de que el amor existe, las puertas de la muerte son las únicas que cruzaré sin ti”, fueron las últimas palabras que me dijo.

domingo, 13 de enero de 2013

Deseos

Y aquí estoy de nuevo, sola en la cama, sin más compañía que la que proporciona el silencio de la noche. Hace apenas unos minutos que llegué a casa después de otro sábado desaprovechado en todos los aspectos posibles. Nada especial, nada que destacar, nada digno de mención. Ni tan siquiera el generoso escote que se dibujaba entre mis pechos sirvió de nada...

Me siento en la cama y comienzo a desvestirme, desanimada. Sin saber muy bien por qué, me acuerdo de ti, te adentras en mi mente. Me tumbo y arropo mi cuerpo con las sábanas. Y decido que, si nadie ha conseguido hacerme disfrutar hoy, tendré que hacerlo yo misma.
Cierro los ojos y comienzo a fantasear. Te imagino a mi lado, tras mi espalda; yo tumbada de costado. Poso mi mano derecha sobre mi vientre y comienzo a acariciarlo tímidamente. Fantaseo con la idea de que es tu mano la que roza mi piel, la que, poco a poco, se va abriendo camino bajo mi camiseta y se dirige hacia mis pechos, disfrutándolos con suma delicadeza. Un ligero escalofrío recorre mi espalda e inevitablemente me estremezco. Sonrío. Ojalá estuvieras realmente aquí, junto a mí, haciéndome vibrar con tan sólo acariciar mi piel suavemente con tus dedos. Entonces éstos se detienen en mis pequeños y sonrosados pezones, que rápidamente reaccionan al contacto con tus manos. Y mientras una de ellas continúa en esa tarea, la restante se aventura a bajar...
Puedo sentir el calor bajo mi piel, el creciente deseo que me acelera...  En un momento dado, mi mano (aunque la sienta como si fuera tuya), se adentra en mi holgado pantalón de pijama y comienza a acariciar la parte interna de mis muslos. Mis ojos continúan cerrados, mi boca semiabierta, mis labios sedientos de ti. Y, finalmente, comienzo a acariciarme sin borrar tu imagen de mi mente. Puedo adivinar el deseo en tu mirada, sentir tu aliento en mi nuca, tu creciente excitación contra mis redondeadas nalgas. Y el ritmo de mi mano comienza a aumentar cada vez más. De mis labios se escapan gemidos ahogados, que no hacen sino acrecentrar mis ansias de continuar. Y, casi inconscientemente, introduzco mis dedos dentro de mí. Noto la humedad, siento el palpitar, y mis dedos comienzan a moverse despacio, con suavidad. Con cada movimiento, noto que mi cuerpo pide más, y deduzco que ha dejado de conformarse con ese lento vaivén que, si bien me hace disfrutar, ahora me resulta insuficiente. De modo que acelero el ritmo. En mi mente, tu boca besando mi piel, tu mano libre acariciando mis pechos desnudos...



Tras unos minutos de continuos movimientos, finalmente termino retorciéndome de placer. Llegando al punto más alto de esta montaña rusa de sensaciones...
Y tú, sin tan siquiera imaginarlo, me has hecho disfrutar como hacía tiempo no disfrutaba.

sábado, 12 de enero de 2013

Primer encuentro



Nuestras miradas se encuentran en el espacio y en el tiempo. El momento parece detenerse, y yo sonrío con timidez. Siempre he sido tímida, especialmente cuando se trata de ligar. No es lo mío. Al menos no sin alcohol en la sangre. Pero ahora es distinto. Quizá porque soy consciente de lo mucho que me deseas. Lo sé porque me lo has confesado mil y una veces. Supongo que saberlo me hacía sentirme poderosa, y me gusta esa sensación. Saber que domino la situación. Saber que, si quiero, te tendré para mí, en cualquier momento, y que harás lo que esté en tu mano para complacerme.
Pero ya es hora de dejar de hacerme la interesante y perder el tiempo. Ésta es la noche.

Me acerco a ti y vuelvo a sonreírte, esquivando tu mirada y queriendo volver a encontrarme con ella al mismo tiempo. Mis mejillas sonrojadas me delatan: no tengo tanta seguridad en mí misma como tú puedes creer. En un gesto de remoloneo, me aproximo a ti y te susurro las palabras mágicas: Te deseo. Tu cuerpo se enciende, y el mío al mismo tiempo. Puedo sentir cómo se dibuja una sonrisa en tus carnosos y apetecibles labios. Tu respiración se agita y, sin poder esperar más, me besas.
A medida que el beso avanza, nuestra excitación aumenta. Poco a poco pasamos de estar unidos únicamente por nuestros labios para agarrarnos. Mi mano en tu nuca, enredando mis dedos en tu pelo; las tuyas en mis caderas, siguiendo la forma de mis sinuosas curvas. Una de tus manos se desliza hacia mi respingón trasero. Entonces atraes mi cuerpo hacia el tuyo hasta rozarnos y compruebo del todo tu grado de excitación. Eso me vuelve loca y me provoca una sensación extraña  pero agradable. Siento un cosquilleo en mi interior. El deseo aumenta y la vergüenza ha desaparecido por completo.
No tardamos en alejarnos de aquel lugar para adentrarnos en nuestro rincón más íntimo, en el que podremos hacer, por fin, nuestros deseos realidad.

Ni te imaginas cuántas veces he soñado con esto...